-Estreno: 25 de octubre de 2013, NBC
-Drama, 42 minutos, 1 temporada, 10 episodios.
-No renovada.
-No renovada.
-Hay dos maneras principales de reaccionar ante una adaptación que no
se parece en nada al original: una es echar pestes continuamente (o incluso
negarse a verla) y otra es aceptar más o menos resignadamente los cambios e
intentar ver qué se puede salvar del proyecto. Esta adaptación de ‘Dracula’ es
un ejemplo muy claro, así que creo que lo mejor que se puede hacer, dado lo muy
conocido que es este relato y su personaje principal, es describir cómo se
plantea esta nueva versión y que cada uno saque consecuencias. Para quien de
verdad no sepa nada, decir solo que es una serie de vampiros (aunque quien no
sepa quién es Dracula, lo mismo tampoco sabe qué es un vampiro), y quien quiera
evitar saber esos detalles nuevos, puede saltarse los dos siguientes párrafos.
Estamos en 1891, y Dracula llega a Londres haciéndose pasar por un
inversor estadounidense llamado Alexander Grayson en busca de financiación para
un proyecto tecnológico que consiga encender bombillas eléctricas sin necesidad
de cables usando el poder de la magnetosfera. Pues sí, repito, Dracula invirtiendo en
energías renovables. Sin embargo, su objetivo secreto es vengarse de una
antigua Orden del Dragón que lleva 500 años siendo el origen de todos los males
del mundo, o casi, y que fueron los causantes de que Dracula (suponemos que el
antiguo Vlad Tepes, el Empalador transilvano, tan sanguinario como refleja su
apodo) y su prometida fueran convertido en vampiro y quemada en la hoguera,
respectivamente, hace siglos. Ah, bueno, esto ya promete más. Lo que pasa es que el malvado plan de Dracula consiste no en
pegarles un bocado a cada uno en el cuello y chuparles toda la sangre, como uno
supondría que haría un monstruo inmortal, sino en hundirlos financieramente a base de conseguir energía limpia
que haga innecesario el petróleo en el que la Orden basa su riqueza
(insistimos, aún estamos a finales del XIX). Para finalizar sus experimentos
(más propios de un doctor Frankenstein cruzado con estética steampunk) necesita
una patente que la Orden tiene para poder refrigerar sus generadores
convenientemente. Todo esto más bien parece una trama que pegaría mejor en ‘Wall
Street’ o como mucho de macguffin en una de 007, pero para una de Dracula queda
definitivamente extraña.
En cuanto a los otros personajes, resulta que Jonathan Harker aquí es periodista,
y su novia Mina Murray estudia medicina en la clase de Van Helsing, el cual,
pásmense, en lugar de perseguir al conde vampiro, está conchabado con Dracula
en su lucha contra la Orden y en su intento por encontrar un antídoto contra el vampirismo, o al menos contra los efectos de la luz del sol en ellos. Y sí, al igual que ocurre en la película de
Francis Ford Coppola, Mina es la viva imagen de la esposa muerta de Dracula
siglos antes. Después de todo esto, quizá ya ni sorprenda que Renfield, en vez
del esbirro majara de la novela, aquí sea un negro enorme que hace de fiel
lacayo, confidente y presentador en sociedad de su amo. Lucy Westenra, interpretada por una actriz de mandíbula idéntica a la de Keira Knightley, se convierte en una jovencita de sexualidad confusa y reprimida, y hay un personaje nuevo llamado Lady Jayne Wetherby cuyo
cometido es llevar corpiños escotados, decir frases insinuantes y repartir un
par de tortas en plan "girl power". Mayormente.
Por demás, el principal problema de la serie es que Dracula aquí no es
el monstruo que perseguir, sino el personaje central con el que el público debe
identificarse, así que en vez de ser terrorífico y abominable, es una pobre víctima
en busca de venganza, una especie de conde de Montecristo con colmillos, al que
hay que añadir la ahora obligatoria historia romántica de amor torturado. La
fotografía y el diseño de producción, al menos al principio, son elegantes y
sensuales (con sus cortinajes, sus palcos de ópera, sus besomordiscos en el cuello,
sus bailes de alta sociedad, sus despachos con butacas, su media luz
insinuante, etc), todo rodado en Budapest, antes de que en siguientes episodios
se note la bajada de presupuesto. Aparte, en lo que es el tema de la pasión
apasionada de mirada de fuego, a pocos se le da eso tan bien como al protagonista,
Jonathan Rhys Meyers, así que por esa parte el asunto está cubierto. La serie
también se da su concesión al morbillo historicista poniendo después burdeles gays o clubs
de la lucha underground (hace poco se lo hicieron a Sherlock Holmes también), e
intentando tener una proyección futura con el tema de los derechos de la mujer,
los excluidos sociales e incluso dilemas sobre el uso de la tortura.
En suma, no es una historia de terror en absoluto (y menos ahora que
ni los adolescentes le tienen miedo a los colmillos), y se pone a sí misma difícil ganarse el favor del público debido a todos sus cambios. A veces yo creo que se le nota que lo que en realidad querrían es hacer un videoclip fetén de la muerte con música de Annie Lennox o Depeche Mode (grupo británico cuya música se usa anacrónicamente en el "próximamente" del episodio piloto), donde haya mucha imagen, mucha sugerencia, pero no hagan falta diálogos que lo estropeen todo. Pero vamos, ¿qué se
puede esperar de un pastiche anunciado como “America’s original vampire”?
(WTF?). Dicho lo cual, a Coppola mayormente le funcionó el asunto con lo de
cruzar océanos de tiempo para encontrarte, pero en este caso no coló, y la serie no fue renovada.
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